martes, 27 de octubre de 2015

Meditación sobre el Señor de los Milagros



Nos encontramos en el mes de lo que muchos llaman “el mes morado” o de manera más especial: “la cuaresma limeña”. Este mes de octubre es muy querido y esperado por muchos limeños, e incluso por todo el Perú. Un mes en el que las avenidas de nuestra capital se congestionan de muchísima gente y que toma un tono morado penitencial por la presencia de muchas hermandades y personas piadosas. Un mes que marca nuestra tradición y que muestra al mundo entero que el Perú sigue siendo un país que tiene los ojos bien puestos en Dios manifestado en su Hijo Jesucristo al que nosotros conocemos como el Señor de los Milagros.

La procesión del Señor de los Milagros es una de las procesiones que a nivel mundial congrega enormes cantidades de fieles y que ayuda a que muchos corazones vuelvan a Dios.  Conviene meditar en este mes de octubre sobre lo que nos muestra esta Sagrada Imagen con el fin de poder acercarnos a más a nuestro Señor Jesús.

La historia de la Sagrada Imagen es muy conocida por muchos. Solo basta decir que fue pintada en un muro de un lugar conocido como Pachacamilla por un negro esclavo angoleño. Esta imagen que se mantuvo en pie durante los dos fuertes terremotos que sacudió la ciudad de Lima y que se resistió en más de una vez a los intentos de borrarla del muro en el que estaba, es la que hoy se conserva en la Iglesia de las Nazarenas en el centro de Lima.

Una réplica de esta imagen es la que recorre nuestras calles semana tras semanas en el mes de octubre. Pero ¿Qué tiene de extraño esta imagen para que se puedan dar estos prodigios en la historia y, es más, para obrar muchísimos prodigios en la gente y convocar grandes masas de personas a su alrededor? ¿Tiene algo de particular en su interior lo que la vuelve atractiva?

Si podemos decir que en la imagen del Señor de los Milagros hay algo de extraño o particular  se diría que es EL AMOR. En esta Sagrada Imagen contemplamos el Amor más puro que se puede haber visto en todo la historia: Amor de donación, Amor de entrega, Amor de un Dios que ama tanto a sus hijos que entrego a su único Hijo para que tengan vida eterna (Jn 3, 16). En un muro, en un lienzo queda pintada la muestra más grande de Amor de Dios a los hombres.

Este Amor puro e incomparable se refleja en el misterio de la cruz. Esta cruz que vista desde el lado humano es un aparente fracaso pero si la miramos con ojos de fe no veremos en ella un instrumento de muerte sino un instrumento de amor y, es más, de salvación. Una paradoja muy interesante: Dios ha utilizado un instrumento de muerte para dar vida, para dar vida a sus hijos por medio del sacrificio de su Hijo en la cruz.

En la cruz tenemos toda una gran catequesis del Amor de Dios. Contemplando con atención veremos una profunda enseñanza que hay en esta Sagrada Imagen: la Cruz forma una letra “T” y Cristo crucificado forma una “Y”. ¿Qué quiere decir esto? Cristo nos ha mostrado en que consiste el verdadero amor: el YO esta crucificado en el TÚ, YO muero por TI, YO me entrego a TI, no primo YO primas TÚ. Un amor de entrega al otro, una entrega que no busca un beneficio sino que es un completo desinterés del amor propio por el bien de la otra persona. En la cruz, Cristo nos ha enseñado en que consiste el verdadero amor.

Hoy la palabra amor está siendo muy maltratada. Es necesario volver nuestras miradas al crucificado, al Señor de los Milagros, y descubrir que el amor no es un sentimiento egoísta que busca el placer propio sin mostrar el más mínimo interés en la otra persona. El amor es un amor que implica la donación, la entrega, la preocupación por el bien de la persona amada. No podemos tomar la palabra amor como sinónimo de placer. No podemos aceptar las presentaciones de un pseudo amor que nos da la sociedad.

La imagen del Señor de los Milagros nos habla del amor. Este amor que se refleja en Cristo que cuelga de un madero que con los brazos extendidos nos invita a salir a su encuentro. Este Cristo que es el Cristo sufriente nos invita a meditar sobre las muchas veces en que nos hemos sentido solos, abatidos, sufriendo por los avatares de la vida, por las incomprensiones, por los problemas que nunca faltan en cada una de las personas. Un Cristo sufriente en medio de la oscuridad, de la oscuridad del mundo en el que no hay respuesta ni medios que ayuden al hombre a salir de sus problemas, que ayuden a aliviar su pesar cotidiano. Un mundo que en vez de dar la mano solo nos envuelve más en su sombra.

Pero no nos quedemos en los problemas y sufrimientos. La imagen del Señor de los Milagros que es, como ya hemos dicho, una gran catequesis, nos muestra los medios que necesitamos para salir de los problemas y dificultades.

En primer lugar, en medio de esa oscuridad en la que nos envuelve el mundo, hay un resplandor, brilla una luz: la presencia de Dios. Dios que está por encima de toda dificultad y que, en la soledad que siente el hombre, esta con los brazos abiertos esperando a que sus hijos vuelvan a Él. Dios que está presente en cada uno de los momentos alegres y tristes de nuestra vida. Dios que está continuamente abrazando a la humanidad atrayéndola hacia Él que es fuente de la verdadera felicidad.

Dios no nos deja solo, queridos hermanos; Él está a la espera de que nosotros sus hijos volvamos a Él. Podremos haber cometido muchos errores, pero Dios está para ayudarnos. Él nos da la fuerza de su Espíritu Santo para poder caminar hacia Él. Así nos caigamos una y otra vez, Dios nos sostiene. La presencia de la Trinidad en la imagen del Señor de los Milagros nos da la esperanza de que aunque todo parezca oscuridad, todavía podemos confiar en Dios, podemos poner nuestra esperanza en Él. La esperanza de que solo Dios puede sanar nuestras heridas.

Junto a la imagen del Cristo sufriente esta la presencia de la Santísima Virgen. ¿Quién más que la Madre para poder entender los sufrimientos de sus hijos? La Virgen María, como madre, entiende el dolor de sus hijos, esta con cada uno de nosotros en esos momentos de oscuridad. La Virgen está en una actitud de oración: Pide a Dios siempre por sus hijos, esos hijos que su propio Hijo le entregó en la Cruz. María nos acompaña en las dificultades. “¿no estoy aquí yo que soy tu madre?” Estas palabras de Nuestra Señora de Guadalupe que tranquilizan el corazón de San Juan Diego son también un consuelo para todos nosotros durante los momentos de dificultad. La Virgen María siente el dolor de sus hijos, los comprende. La espada de dolor que traspasa su alma por la muerte del Hijo querido es también un nuevo traspaso por el dolor que día a día sientes sus hijos. En María encontramos un medio seguro para poder salir de nuestras tribulaciones e ir al encuentro con el Hijo, Cristo nuestro Señor. A cristo solo podemos llegar por María.

Una última ayuda para todos lo encontramos en la figura del apóstol Juan que permanece fiel junto a la cruz del Señor. En Juan podemos ver la figura de la Iglesia que ha permanecido junto a su Señor, a su esposo; fiel en lo que Él le ha trasmitido. La Iglesia también, como Madre, quiere acompañar a sus hijos en sus problemas dándoles los medios que Cristo mismo le confió: los sacramentos. 

Muchas veces nos quedamos metidos en los problemas y no intentamos salir. Recurramos a los sacramentos que son medios eficaces por los que Cristo nos dispensa la Vida Divina (CEC 1131). Los sacramentos son los medios espirituales para trascender de este mundo a Dios, para ponernos en camino hacia Él. De  entre todos los sacramentos, podemos encontrar dos fuertes herramientas para nuestra vida: la Eucaristía y la Penitencia. Alimentándonos de Cristo mismo y recibiendo con frecuencia su perdón recibimos la Gracia de Dios para poder caminar. Habrá tropiezos pero tenemos la fuerza para levantarnos. Frecuentemos los sacramentos: estos son un encuentro vivo con el Señor de los Milagros.

Contemplemos al Señor de los Milagros que no es solo un lienzo, es todo un mensaje que Dios tiene para nosotros que busca que nos acerquemos más a Él y podamos disfrutar de su Amor que es el único y verdadero.

No nos quedemos en las cosas materiales de este mes santo. No nos fijemos en lo externo, interioricemos en la imagen del Señor para poder acoger este mensaje. Muchas personas se quedan más en los aparentes problemas que genera la procesión. No, queridos hermanos, nosotros contemplemos e invitemos a otros a contemplar al Señor de los Milagros, el Señor del Amor que nos trae el amor puro de Dios.

¡Ríndele gracias! Como no decirles esto a todas las personas que participan en esta procesión, estas palabras que repiten nuestras hermanas sahumadoras. ¡Ríndele gracias!  Rindámosle gracias al Señor por todo el regalo maravilloso que nos hace en esta imagen, por todo el amor que nos ha dado por medio de la cruz.

¡Gracias Señor de los Milagros! A ti venimos, hoy tus hijos, tus fieles devotos a implorar tu bendición, a que sigas derramando Tu Amor infinito sobre nosotros para así poder llevarlo a todos nuestros hermanos. ¡Viva el Señor de los Milagros!





Thomas A. Cajahuanca Trauco
Seminario de Santo Toribio


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